“EUROPA, ESE RETO”
Es un placer compartir esta velada con todos ustedes, en la que me corresponde participar desde el punto de vista cultural. Soy judío israelí y también americano, pero he pasado más de media vida en Europa, entre Inglaterra, Alemania y España, viajando continuamente y trabajando y conviviendo con gente que a su vez recorre constantemente nuestro continente. Así pues, mi visión de la realidad europea viene muy marcada por mi procedencia, mi historia y mi memoria colectiva, y por el tipo de vida que desarrollo profesionalmente, que me pone tal vez en una posición distinta, como observador, desde la que intentaré arrojar luz a este debate sobre el futuro de Europa
Me gustaría empezar recordando a Claudio Abbado, que acaba de morir. Abbado decía que “la cultura permitía distinguir el bien del mal; que la cultura nos salvaba”. Abbado fue precisamente impulsor de algunos fantásticos proyectos europeístas y por eso deseo recordar sus palabras ahora.
Concert for Refugees at the Palau de la Música
Cuando se creó la actual Unión Europea, tal y como hoy la conocemos, el nombre cambió: se modificó de Comunidad Económica Europea a Unión Europea. Las palabras son muy importantes a la hora de describir la realidad. Quitar la palabra “Económica” y añadir “Unión” significa mucho. La Unión Europea nació de sucesivos acuerdos históricos económicos y comerciales, pero en la creación en los 90 de la actual UE hay voluntad de algo más y precisamente esa inspiración es la que no debemos perder ahora. Potencias económicas y comerciales ya sabemos que las hay y cuáles son; por ello, creo que es el momento de repensar cuál es nuestra diferencia y qué es lo que nos añade más valor, ante otros países de poder mundial como EEUU, China o Rusia.
All Together on Stage
En 1993 el gran músico -y mejor persona- que era Yehudi Menuhin, afirmaba que la Unión Europea, como entidad supra nacional tenía la virtud de combinar dos cosas. Europa, decía Menuhin, “estaba a punto de resolver esa doble contradicción, de alcanzar ese doble objetivo: tenemos la oportunidad de llegar a ser una confederación administrativa global, y al mismo tiempo, preservar la autonomía de las culturas más pequeñas”; ser una entidad con intereses comunes pero al mismo tiempo seguir representando las culturas individuales.
Menuhin se preguntaba si Europa estaba compuesta por “naciones o por culturas”. Me interesa mucho esta pregunta: él pensaba que los parlamentos nacionales representaban los intereses de las naciones, los intereses económicos, de propiedad, pero no tanto los culturales y humanos. Se preguntaba quién defendía los intereses del hombre, la mujer y el niño. Ése era el reto que planteaba hace veinte años y creo que vuelve a estar de enorme actualidad.
Menuhin era judío; haré un breve repaso, si me permiten, a nuestra historia como judíos europeos para explicar adónde quiero llegar, y para proponer cuáles son desde mi punto de vista las herramientas para construir un futuro viable en Europa.
Los judíos asentados en Europa, en concreto los judíos ya plenamente alemanes, lo fueron hasta el punto incluso de que en la Primera Guerra Mundial defendieron a Alemania desde sus filas. En el periodo de entreguerras, un periodo extraordinariamente brillante en lo cultural, en los años 20 y 30, los judíos europeos que eran empresarios y mecenas, sostuvieron e impulsaron la producción cultural en todos los ámbitos: el teatro, la ópera, las artes plásticas, la edición literaria, la música… En todas las grandes capitales de la cultura de entreguerras, Viena, Berlín, Ámsterdam, París…etc. los judíos eran un enorme apoyo económico y sociológico e hicieron posible este florecimiento cultural tras una guerra devastadora. Pero, en menos de un año, en 1933 esos mismos judíos europeos que vivían en Alemania, completamente asimilados a los alemanes, fueron identificados como una raza diferente, luego inferior, luego separados, perseguidos y finalmente… seis millones exterminados.
Hitler utilizó dos caminos para alzarse con el poder y conseguir sus objetivos: manipular el sistema político hasta extremos impensables; y trabajar desde la base, desde las comunidades locales más pequeñas, haciendo un extraordinario trabajo especialmente con los jóvenes, construyendo un mensaje único y repetitivo que, desde abajo y poco a poco, caló en una parte importante de la sociedad.
También hoy los extremistas son otra vez los que hacen esta tarea de fondo. Si no trabajamos por la cultura, en una crisis, todos los que no son autóctonos – sean turcos, polacos o españoles en Alemania, rumanos en Italia, todos ellos europeos, etc-. me temo que serán expulsados otra vez como extranjeros.
Resolver los problemas de Europa verticalmente, de arriba hacia abajo, creo que no debe ser la única manera de hacerlo. Una de las premisas de la teoría macroeconómica actual es que si las estructuras más grandes son fuertes económicamente, ese bienestar repercute en toda la población; el bienestar se filtra hacia abajo. Pero la realidad demuestra por lo menos que, aunque fuese así, la gente tarda bastante en tomar conciencia de ello. Mientras tanto, la gran masa de la población está descontenta. Se genera inseguridad y miedo y eso alimenta los peores extremos de una sociedad. Este es uno de los retos más importantes de Europa ahora: nutrir la sociedad, la cultura y la educación en el momento de la crisis.
Esta reflexión me lleva a dos conclusiones: en primer lugar, que una formula administrativa grande, como es la Unión Europea es un contenedor grande, lleno de diversos contenidos. Pero estos contenidos, si no se cohesionan, no tienen personalidad propia. Para que ese contenido tenga coherencia interna y funcione como un organismo vivo y equilibrado hay que trabajar también desde las pequeñas parcelas, desde lo local y con cada una de las culturas que integran ese contenedor. En segundo lugar, la mejor herramienta de cohesión y entendimiento a mi juicio viene por la enorme fuerza de la cultura, el arte y la educación. Ése es un importantísimo trabajo de fondo, para cohesionar, revitalizar, reilusionar, reinventar y en definitiva, proporcionar la energía, alegría y coraje para afrontar los retos que en estos momentos tiene Europa.
Así, por ejemplo, después de la II Guerra Mundial, una Alemania absolutamente destrozada produjo un fenómeno increíble: la reactivación casi inmediata de la actividad cultural. Nacieron muchas orquestas, que ensayaban y tocaban a veces al aire libre, en cualquier parte, porque no había salas de conciertos. Hubo un enorme esfuerzo para reactivar la música y todas las artes, recuperar a los intelectuales y artistas huidos. Una labor importantísima, en un momento de crisis brutal, para regenerar la cultura, y que sirvió para recuperar la autoestima, la belleza, la esperanza, humanizar una sociedad rota y enferma y así dotarla de coraje para enfrentar sus retos.
Además, creo que la originalidad esencial de Europa, su valor añadido, es precisamente su capacidad generadora de cultura. Italo Calvino decía que, “la cultura como el amor no posee la capacidad de exigir, no ofrece garantías y sin embargo, la única oportunidad para conquistar y proteger nuestra dignidad humana nos la ofrece la cultura”. Creo que una de las mejores formas de definir a Europa es como una realidad cultural forjada a través de los siglos y como un espacio de circulación de las ideas. Además, resulta fácil la idea de una cohesión cultural de Europa: está en su Historia. Solo hay que pensar en los filósofos griegos, el imperio Romano, las grandes rutas del arte y el pensamiento, muchas veces ligadas a las rutas mercantiles; las peregrinaciones y órdenes religiosas expandiéndose por los países, el Románico, el Gótico…, incluso las exposiciones internacionales del siglo XIX y principios del XX.
Como última parte de mi reflexión, quiero hablar del papel de la música en la construcción europea y, sobre todo, como embajadora cultural en sí misma. La música clásica que hoy conocemos y disfrutamos en las salas de conciertos no se puede entender sin pensar en Europa, en un doble aspecto: primero, que toda la gran creación musical desde Bach hasta Stravinski, pasando por Beethoven, se escribe en Europa. Pero cabe destacar que los grandes compositores viajaban, cambiaban de Corte y se nutrían de otras influencias. Al mismo tiempo, quiero resaltarlo, los compositores bebían de su cultura propia, de las raíces, de su folclore autóctono: Mahler, Bartók, Liszt, Falla… miraban a su música popular, a la que nace en su tierra de origen, en sus pequeñas comunidades. El segundo aspecto que vincula la música clásica con la idea de Europa es su aspecto educativo y formativo: cualquier joven músico hoy en día completa su formación saliendo de su ciudad y acudiendo a estudiar a diferentes regiones europeas. Y en ese sentido, la música vuelve a ser embajadora. Los jóvenes estudiantes músicos son uno de los elementos importantes en la construcción de Europa y en la convivencia de sus diferentes culturas autóctonas.
Gerard Mortier, anterior intendente del Teatro Real, afirmaba que “nada ha hecho más por fortalecer una idea de Europa como las becas Erasmus”. Él, que era un europeísta convencido, se caracterizó siempre por poner en contacto a creadores de toda Europa. El mayor conocimiento mutuo de los ciudadanos de Europa se ha producido gracias a la movilidad de miles de jóvenes que han salido de sus países de origen para estudiar en otros países europeos, han llevado sus culturas y sus costumbres allí y han vuelto con una maleta cargada de ideas y de conocimientos.
Muy importante también, y aprovecho para rendir homenaje a Claudio Abbado, es hablar de las orquestas europeas de jóvenes, especialmente la Joven Orquesta de la Unión Europea, que es uno de los mejores ejemplos de la importancia de la cultura como aglutinador entre los países europeos y del papel que la cultura está teniendo en la construcción de Europa. En 1985, cuando España empezó a incorporar músicos a esta formación, solo tres músicos españoles accedieron a sus atriles. Hoy, España es uno de los principales países aportadores de músicos a esa institución y, al mismo tiempo, vivero de instrumentistas para las principales orquestas europeas.
En el caso español, y muy concretamente aquí donde estamos, en la Comunidad Valenciana, hay un trabajo local por la cultura y por las raíces muy fuerte y muy singular con la actividad de las Bandas. Al margen de sus beneficios sociales, educativos y de convivencia, que son muchos, los músicos de las bandas salen a completar su formación en otros países, tocan en muchas otras bandas y orquestas europeas y luego vuelven con todo ese bagaje, pero conservando sus raíces.
Para terminar, quiero mencionar unas palabras del filósofo Kant. Kant decía: “si yo voy a un concierto, ¿en qué me beneficia? Mi amor por la música es un amor desinteresado y sólo ese amor, ya me hace mejor”. Otro pensador, el francés Montaigne, dice que “no es poseer lo que nos hace felices, sino el gozar y el aprender a gozar. Si no apreciamos la belleza, si no sabemos apreciar el arte, la música, muy difícilmente aprenderemos a gozar”. El fabricante italiano de máquinas de escribir, Olivetti, decía: “Yo quiero una fábrica que además de beneficios, produzca belleza y libertad. Porque serán la belleza y la libertad las que nos indiquen el camino para ser felices”.
En definitiva, creo que necesitamos una Europa unida como fuerza económica, pero también con Cultura. Si queremos construir una Europa capaz de resolver los grandes retos que se le presentan, más unida, más feliz y más fuerte para afrontar su futuro, hay que trabajar a la vez desde la base, desde lo pequeño. La Cultura va ser sin duda, una de las mejores herramientas para ese trabajo.
Ése es para mí ahora el reto de Europa.
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